Antonio Requeni |
MUSEO DEL ORO DE BOGOTÁ
Entra al Museo y mira.
Máscaras, tiaras, brazaletes, túnicas.
Ajuar para las danzas del amor
o los conjuros de la muerte.
Último resplandor del infortunio.
Hojas del árbol de oro de la noche.
Desceñidos relámpagos. Votivas
cicatrices de un fuego sepultado
en el oscuro olvido en que se alberga
un inaudito pueblo de cadáveres.
Ellos también nos miran, ¿no lo adviertes?
Ellos, los muertos, sucios, masacrados
en mitad de la orgía melancólica.
Ellos: rapsodas, tañedores, brujos
con coronas de plumas y esmeraldas;
los guerreros impúdicos, altivos,
y princesas de cuellos imperiales.
(Así los vio el conquistador ilustre
Don Gonzalo Giménez de Quesada.)
Son ellos, sí, los muertos. Y nos miran.
Pero aún no sabemos entenderlos.
Nos detenemos ante un vaso, un arma,
un talismán, un peine, un espejito
--la sangre fue lavada con esmero,
ni una gota de barro los salpica--,
y nos deslumbra el sórdido retablo.
Membranas de oro, filamentos de oro,
Lágrimas de oro. Genitales de oro.
Rico botín para el coleccionista.
¿No oyes un grito dentro de la sangre?
¡Sal del Museo! ¡Vamos! ¡Apresúrate!
¡Huyamos de una vez de tanto escándalo!
Pero ellos nos esperan en la calle.
Los muertos --otra vez-- que se acuclillan
en la margen más triste del destino
y, miserables, rondan nuestro tiempo.
¿No los ves? Aquí están. Pero está vivos.
Es una vieja indígena que ahora
miras comer de un tacho de basuras;
es este niño de ojos remotísimos
que viene de otro reino y te suplica
una moneda, un simple pedacito de cobre.
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ANTONIO REQUENI. Antología poética. Fondo Nacional de las Artes. Poetas argentinos contemporáneos n° 7. Buenos Aires, 1996. Pp. 53-54.