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Corpulento, desbordante luchador
el sumo, cuyo peso
semeja el peso de la Tierra...
Los contrincantes sumos, cuando pelean,
lanzan un puñado de sal,
la sal que simboliza la purificación.
Después se abrazan, sudorosos,
gordos como lechones cebados
a sangre humana.
Y uno de ellos es la muerte,
la sal de la muerte
que cae sobre el otro
y adoba su sombra.
Pero el sumo, el hombre,
derriba a la muerte
demostrando que nada termina,
ni siquiera con la muerte,
porque todo es un interminable
combate
que nadie sabe
cómo se inició
ni cómo acaba...
Abrazo del sumo y la muerte
redondeando el misterio
de la vida...
- . - . -
JULIO REQUENA. Vivenciar la muerte. Editorial El Copista. Córdoba (Argentina), 1997. Pág. 101.
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