viernes, 23 de diciembre de 2016

Un poema de J. V. Foix

J. V. Foix

Los partidarios del Sol se reunían en el Pradillo, a la hora del alba; sus adversarios del Refugio, salían tan sólo cuando había luna y, en tiempo de luna nueva, se recluían en antros ignorados. Cada cofradía tenía su bandera y cada uno de los hermanos exhibía símbolos adecuados a su ortodoxia, transcritos en colores alusivos en los carteles sostenidos por un tronco cuya altura aumentaba de día en día, en la mutua rivalidad. Me hice cofrade del Pradillo y desde la aurora hasta el crepúsculo paseaba por montes y playas mi pancarta, más alta que ninguna, en la que había pintado un gavilán coronado de girasoles. Los del Pradillo nutrían con trigos y frutos brillantes a los Menesterosos Informados, los del Refugio les proveían de carbones y betunes. Todo el mundo, en el pueblo, había escogido su facción e inflamaba el Conflicto. Los bandos se enfrentaban con invulnerable gravedad: un joven del Pradillo no se casaba con una muchacha del Refugio ni, a la inversa, ninguna refugiada habría coqueteado con uno del Pradillo. Belicosos, unos y otros constantemente lanzábamos piedras, con las hondas, los los arenales y eras, y quien ganaba un trofeo al adversario lo ofrecía inmediatamente a Santa Tecla, y los suyos le coronaban. Si los del Pradillo proclamaban que entrar en el Sol era ser luz en lo eterno, los del Refugio replicaban que se sumergían, con placer, en la perennidad de la muerte. Si aquellos se alababan de yacer con mujer joven allá donde brotan fuentes, éstos gozaban de yacer entre humaredas en un ninfeo desalojado. El otro día cuando, en playa abierta y entre dos luces, íbamos a combatir, por el lado de las Islas apareció una multitud de barcas de pesca, forasteras. Anclaron delante de nosotros y sus tripulantes amarraron, rápidos y callados, y después de meter sus temibles cuchillos en fundas de cuero, izaron, negros, sus aparejos en los palos y nos miraron desconfiados. Llevados por la fe, treparon, en hilera, a las naves, descargaron cajas y más cajas de pescado de mirada melancólica y, con gestos intimidantes, obligaron a los del Refugio a cargárselas sobre la cabeza y a llevarlas, por la Ribera, sin descanso. Vagabundos, no se atrevieron ni a lloriquear. Nosotros, libertos, les acompañamos al ritmo de las carracas pascuales y antes de llegar a la Morisca, entraron en el Túnel, por donde desaparecieron, asexuados, para siempre. Los forasteros de cara rústica, zarparon, oscurecidos por sus aparejos; nosotros nos fuimos a la destilería a oler los mostos y tiramos las hondas en la cuba de las trías. Desde ayer en los tejados y balcones de la Villa, en la punta del Baluarte y en la cima del campanario ondea un pendón único, colorado, con la imagen del Sol y sus atributos viriles. 

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J. V. FOIX. Antología. Texto bilingüe. Prólogo y traducción: Enrique Badosa. Plaza & Janés Editores. Barcelona, 1988. Pp. 206-209. 

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